martes, 21 de diciembre de 2010

Reflexionando sobre Fausto-Sterling y Beauvoir


La noción de “cuerpo vivido”, que introdujo Merlau-Ponty en la Filosofía ha sido usada por las feministas para pensar el tema del sexo y el género. Cómo es que estas dos nociones pueden separarse en un cuerpo? Por qué sucede que alguien se sienta extraño dentro de su cuerpo? Sospecho que mucho de esto viene de las imposiciones sociales que se sufren según los estereotipos y maneras de ser según un cuerpo. La historia nos cuenta que muchas mujeres inteligentes, se sentían absolutamente extrañas en sus cuerpos, sentían que sus potenciales estaban desperdiciados y que ser mujer era una tortura. Poco a poco las condiciones sociales han ido mejorando, pero esta sensación aún pervive en muchas mujeres. Mucho más si los parámetros de feminidad o masculinidad son tan cerrados, que la persona comienza a sentir que no puede cazar dentro de ninguna estructura porque ni su cuerpo es apto, ni su forma de ser lo es tampoco.
Me atrae el tema de los hermafroditas, que siempre han existido, pero han comenzado a ser interesantes porque plantean una dificultad radical de situarse como hombres o como mujeres en un mundo que les exige tal cosa. Sus cuerpos, por más operaciones que puedan recibir, cargan consigo una historia de rechazo social y de no inclusión. El hecho de que un cuerpo tenga que casar dentro de dos únicas categorías “varón” o “mujer”, deja en evidencia que el “cuerpo vivido” sigue siendo un tema que hay que explorar a profundidad.
¿Qué sucede con un cuerpo que se dice hombre, pero menstrua, tiene un orificio vaginal, las caderas anchas, los hombros estrechos “propios de la constitución femenina”, propensiones femeninas como la afición por los colores vistosos y los retales de calicó, que compra y une, junto con su aversión al trabajo físico y su incapacidad para ejecutarlo?
Cuando hablamos de lo masculino o femenino en una persona, tendemos a pensar en lo que es propio de un sexo y el otro, esto no se puede desligar de lo social y las ideas con las que crecemos que nos hablan sobre “el deber ser” de cada persona. La organización social encuentra terriblemente difícil saber qué hacer con personas que no se ajustan y trata de “borrarlas del mapa”, normalizarlas a como de lugar y censurar conductas. En nombre de lo estético, se puede caer en olvidar la variedad de formas de expresión que tiene cada ser humano. El tema de la división de los sexos en dos categorías es de gran importancia para un momento histórico que más que nunca está cientifizado y cree tener todas las tecnologías de punta para poder determinar el destino de cada cuerpo.
Antiguamente, estos temas se intuían de manera filosófica, entraban en especulaciones profundas y los/as pensadores/as más contemplativos/as tenían maneras de concebir estas realidades, pero hoy en día el tema es de una intromisión absoluta de la ciencia, con ideas fijas sobre lo que debe ser un cuerpo normal y con un proyecto de perfeccionar todo lo que la Naturaleza deje incompleto o anormal. La idea de “corregir” está más viva que nunca, pero ninguna corrección superficial ha logrado corregir también toda una dimensión interna, la subjetividad humana es aún un tema muy complejo para la ciencia.
Simone de Beauvoir, analizó el tema del sexo en 1949, con su libro El Segundo Sexo, donde se preguntó qué significa ser “mujer”. Pensó en cómo esta categoría hace parte de la cultura y cómo cada mujer incorpora una cantidad de requisitos para poder “devenir una mujer”. Habló de cómo la mujer no puede escaparse de la especie y cómo cada proceso en su cuerpo se lo está recordando constantemente. El hombre tiene mayor facilidad de desconectarse de su biología, pero la mujer no y esto para Beauvoir es clave para entender cómo el cuerpo puede ser vivido como una cosa opaca y enajenada. Dice: «ese cuerpo es presa de una vida terca y extraña» (De Beauvoir, 1949: 15). Con Merlau-Ponty asume que la mujer, como el hombre, es su cuerpo, pero que el cuerpo de la mujer es distinto a ella misma. En palabras de Merlau-Ponty, la descripción sería esta: «Así, pues, yo soy mi cuerpo, al menos en la medida en que tengo uno, y, recíprocamente, mi cuerpo es como un sujeto natural, como un esbozo provisional de mi ser total.» (Phénoménologie de la Perception).
Beauvoir fue muy perspicaz en iniciar una exploración del cuerpo, pero se quedó corta al explorar las potencialidades que tiene un cuerpo de mujer, y por tanto el ser mujer. Esto se puede pensar igual para varones o para cualquier cuerpo difícil de clasificar.
Anne Fausto-Sterling, 57 años más tarde que Beauvoir, retomó algo de esa indagación del Segundo Sexo y con unos conocimientos mayores sobre la biología y el funcionamiento de cada cuerpo, logró hacer una investigación, que pocas feministas se atrevieron a hacer, sobre el sexo, entendiendo que, hasta el momento presente, las discusiones sobre género (que se separan de la biología del cuerpo) han sido infructuosas y sólo han generado más apertura a la ciencia, con estudios cognitivos y demás que definan las diferencias sexuales y tomen medidas sobre los cuerpos dentro de una sociedad.
La experiencia corporal es algo que le incumbe a cada individuo, pero difícilmente alguien podrá vivirse en todo su esplendor y todas sus posibilidades con la cantidad de parámetros que actualmente manejamos en Occidente, y que los intelectuales y las actuales sociedades perpetúan, dentro de la creación de verdades fundamentales que no pueden cuestionarse.
Fausto-Sterling promulgará que machos y hembras se sitúan en los extremos de un continuo biológico, pero hay muchos otros cuerpos «que combinan componentes anatómicos convencionalmente atribuidos a un polo u otro polo» (Fausto-Sterling, 2006: 48). Y dirá también que, «reconceptualizar la categoría de “sexo” desafía aspectos hondamente arraigados de la organización social europea y americana» (Fausto-Sterling, 2006: 48). Es claro pues, que se genera mucha confusión en nuestra cultura cuando no se puede determinar el sexo con facilidad, pero debe ser una tarea de la vida promover una actitud más abierta a identidades sexuales más fluidas.
Cuando Simone de Beauvoir se preguntaba ¿qué es una mujer?, cuestionaba preocupaciones fuertes de su época que insistían en que la feminidad estaba perdida, que la mujer está perdida y que ya  no se sabía dónde estaban las mujeres. Esto, para criticar ese halo de nostalgia por otros tiempos en que el eterno femenino jugaba un papel fundamental en la crianza de las mujeres. Para esta autora, fue claro en su momento, que la feminidad había sido descrita como una esencia firmemente definida y que entraba en disputa con las ciencias biológicas y sociales, las cuales ya no creían en la existencia de entidades inmutablemente fijas que definirían “caracteres determinados, tales como los de la mujer, el judío o el negro” (De Beauvoir, 1949: 3). Así ya ella cuestionaba la palabra “mujer”, preguntándose si ésta carecía de todo contenido.

“Mujer” sería un término arbitrario. Muchas mujeres para su época vivieron el hecho de ser apeladas “mujer” como una obsesión. Decir que una mujer es un ser humano, es negar la situación. Ella ya comentaba la dificultad de situarse por encima de su sexo. Dice:

Y en verdad basta pasearse con los ojos abiertos para comprobar que la Humanidad se divide en dos categorías de individuos cuyos vestidos, rostro, cuerpo, sonrisa, porte, intereses, ocupaciones son manifiestamente diferentes. Acaso tales diferencias sean superficiales; tal vez estén destinadas a desaparecer. Lo que sí es seguro es que, por el momento, existen con deslumbrante evidencia. (…) Si su función de hembra no basta para definir a la mujer, si rehusamos también explicarla por el eterno femenino y si, no obstante, admitimos que, aunque sea a título provisional, hay mujeres en la Tierra, tendremos que plantearnos la pregunta: ¿qué es una mujer? (De Beauvoir, 1949: 3)

Como se puede ver, Simone de Beauvoir era muy pesimista sobre el asunto de la división de los sexos, a lo que Anne Fausto-Sterling respondería que sí es evidente que nuestra cultura funciona como describe la feminista francesa, pero nuestra pensadora nortamericana no encontraría utilidad en definir con absoluta claridad qué es una mujer, si bien su apuesta está en la diversidad de formas de ser mujer y ser hombre, desde una perspectiva de sistemas ontogénicos.

En la época de Simone de Beauvoir, era ineludible presentarse como un individuo de un determinado sexo, hoy la situación es otra, al menos dentro del pensamiento, pero si no se está atento sobre las posibilidades de los cuerpos, es muy probable que se tienda a regresar a lo que Simone de Beauvoir criticaba tan fuertemente de su tiempo.

Afirmaciones como esta que plantea Simone de Beauvoir todavía son de uso corriente y muestran el peso político que tiene la ciencia:

La mujer tiene ovarios, un útero; he ahí condiciones singulares que la encierran en su subjetividad; se dice tranquilamente que piensa con sus glándulas. El hombre se olvida olímpicamente de que su anatomía comporta también hormonas, testículos. Considera su cuerpo como una relación directa y normal con el mundo que él cree aprehender en su objetividad, mientras  considera el cuerpo de la mujer como apesadumbrado por todo cuanto lo especifica: un obstáculo, una cárcel. «La mujer es mujer en virtud de cierta falta de cualidades -decía Aristóteles- (De Beauvoir, 2006: 4).

El capítulo 1 de "Cuerpos sexuados"


Lo primero que tendría que mencionar es que Anne Fausto-Sterling escribe este libro postulándose como historiadora del feminismo. Cabe decir que su profesión original es de bióloga, lo que le permitirá entrar a analizar el cuerpo en profundidad, cosa que aterra a muchas feministas por no querer caer en afirmaciones difíciles de argumentar, que las encierren en un naturalismo. Esta autora en particular, confiesa que no se atrevía a cuestionar el sexo antes por estar imbuida en debates esencialistas / antiesencialistas. Para este texto, ella finalmente logra salir de esa panorámica y se decide por tener una mirada sistémica, que contemple la historia individual de cada organismo vivo. Esto le permite salirse del sistema de género, rígido y a veces sin salida, y a través de esta perspectiva, logra trabajar de manera más justa (sin etiquetar, ni delimitar) la experiencia de los cuerpos intersexuales.

En el primer capítulo cuenta la historia de María Patiño, que fue una atleta que no pudo seguir participando en las olimpiadas en un momento dado porque, al hacerle el famoso control de feminidad, (inventado en los tiempos de la guerra fría por un incidente con un deportista que se hizo pasar por mujer para ganar todas las competencias) encontraron que tenía un cromosoma Y, que no tenía útero ni ovarios y que tenía unos testículos miniatura. La autora cuenta que la atleta creía que con rasparse unas células que tenía en la mejilla interna era suficiente para pasar los parámetros de feminidad. (Esto me hizo pensar en que en el caso de María Patiño, ella pensaba que raspar su mejilla era suficiente, pero cuántas cosas más no hacen las mujeres para supuestamente pasar unos requisitos estéticos para un trabajo, una relación, entre otras, y me atrevería a pensar que no le pasa sólo a las mujeres). El caso es que la carrera de esta mujer se vio truncada en ese momento y los organizadores de las olimpiadas le pidieron que saliera lo más tranquilamente posible, a lo que ella hizo caso omiso y armó todo un alboroto que llegó a los medios de comunicación. La prensa no hacía sino burlarse de ella y perdió las posibilidades de seguir su carrera atlética. Su novio la dejó y tuvo que rearmar su vida. Con una gran inversión de dinero, pudo saber que su caso era de intersexualidad y que tenía insensibilidad a los andrógenos, de ahí que aunque produjera testosterona de más, su cuerpo no estuviera masculinizado. Sus testículos habían producido esteroides en la adolescencia como los testículos de cualquier chico y así se desarrollaron sus mamas, sus caderas y su cintura se encogió como el de una mujer. Después con la ayuda de una tenista y bióloga que se interesó en su caso, entró en todo un proceso legal y finalmente pudo volver a competir. Era la primera intersexual que desafiaba el control de sexualidad y eso marcó un momento muy importante dentro de las olimpiadas. De paso dio para pensar que en la división de los sexos, nada ha sido más venenoso que las afirmaciones que se hacen sobre las mujeres que practican deportes y que están en las olimpiadas. Muchas han sido las acusaciones de “falta de feminidad” en los ámbitos deportivos, y en el tiempo de María Patiño era como si el acto de competir en unas olimpiadas implicara que no podían ser mujeres.

Este relato le da pie a Fausto-Sterling para hablar de cómo funcionan las etiquetas de “varón” o “mujer” en la sociedad y dice que tales etiquetas no son más que decisiones sociales. Añade que sólo la concepción de género puede definir nuestro sexo. Al lograr llegar a esta afirmación, lanza su tesis de que el sexo de un cuerpo es un asunto demasiado complejo y que no se puede hablar de blanco o negro, sino más bien de grados de diferencia.  Esta propuesta le permite hacer todo un recorrido sobre pensadoras/es que se han sentado a pensar las maneras en que se podría hablar de los cuerpos que no cumplen enteramente con los requisitos de “normalidad” estipulada. Hace así, todo un recuento de la mitología de lo normal que se ha ido pasando de generación en generación sin ser cuestionada ni analizada, sin considerar que cada época tiene diferentes maneras de asumir la sexualidad de los cuerpos.  

Bruno Latour es un filósofo de la ciencia, del que Fausto-Sterling echará mano para hablar de cómo sucede que en la ciencia una idea deja de rebatirse, para entrar en una “caja negra de la facticidad”. Latour también le aportará la idea de que “naturaleza y cultura se han separado de manera artificial para crear la práctica científica moderna”(Fausto-Sterling, 2006: nota 38). Una de sus notas de pié de página, me gustó mucho y dice esto: “Sólo viajando en el tiempo, argumenta Latour, puede comprenderse la construcción social de un hecho científico. Las partes interesadas deben retrotraerse al periodo inmediatamente anterior a la aparición del hecho en cuestión y meterse en la piel de unos ciudadanos de otra época que participaron en su “descubrimiento”, discutieron sobre su realidad y finalmente acordaron meterlo en la caja negra de la facticidad. Así pues, no podemos entender las formulaciones científicas modernas de la estructura de la sexualidad humana sin retrotraernos en el tiempo hasta su origen. (Fausto-Sterling, 2006:Nota 54).

Ya por un lado hablé del asunto de María Patiño, después hice un recuento sobre cómo los deportes han sido crueles con la división de los sexos y cómo no se puede hablar de un cuerpo absolutamente femenino o absolutamente masculino, para lo que Fausto-Sterling propone ver los cuerpos en términos de un continuo. Esta idea le permitirá mostrar que hay una gama muy amplia de posibilidades de los cuerpos y que según las épocas y sus constricciones, los cuerpos podrán desarrollar diferentes potencialidades y limitarse en otras posibilidades de vida. Hay una cita importante que dice: “La conceptualización tradicional del género y la identidad sexual constriñe las posibilidades de vida y perpetúa la desigualdad de género” (Fausto-Sterling, 2006: 23). Toda esta propuesta que ella hace (que explicará como teoría de sistemas ontogénicos) la plantea desde una exploración a los diferentes acercamientos del feminismo, así como de observaciones de antropólogos/as, psicólogos/as, filósofos/as como Kinsey, Halperin, Haraway, Wilson, Foucault, Butler, Grosz, entre otros. Primero analiza cómo los sexólogos John Money y Anke Ehrhardt popularizaron los términos sexo y género como categorías separadas para hablar de la experiencia de tener un cuerpo de varón o mujer y sentirse internamente en el cuerpo equivocado, esto para trabajar con los cuerpos intersexuales. Luego Fausto-Sterling analiza el desenvolvimiento de la segunda ola del feminismo, que ocurre en los años 1970,  el cual no cuestionaba la componente física del sexo y sólo ponía en cuestión “los significados psicológico y cultural de las diferencias entre varones y mujeres (el género)”(Fausto-Sterling, 2006: 18). Dentro de ese estudio estaría implicada Simone de Beauvoir, pues ella insiste en que las instituciones sociales están diseñadas para perpetuar la desigualdad de género produciendo la mayoría de las diferencias entre varones y mujeres.

Para expandir el tema de Bruno Latour, me gustaría hablar ahí del poder político de la ciencia, un poder que se ejerce de manera no tan visible y conspicua como el estatal o institucional, y que es un poder que funciona a través de las estructuras institucionales, las prioridades y los lenguajes dominantes de las ciencias. Anne Fausto-Sterling quiere mostrar cómo ella también no sólo experimentó ese poder a través de siglos de argumentaciones que han hecho uso del cuerpo para justificar las desigualdades de poder, sino que en su carrera también ha tenido profesores y colegas que la han inferiorizado con argumentos de género.  En realidad, lo que entiendo, es que es una pena seguir manejándonos con premisas de género, pues, como muestra esta autora, existen otras formas en que las sociedades se han organizado a sí mismas. El sistema de género es un sistema que funciona en occidente y que marca la pauta para otras culturas que buscan integrarse, pero no es universal y desafortunadamente ha invadido casi todos los círculos intelectuales. Dice la pensadora, “las verdades sobre la sexualidad humana creadas por los intelectuales en general y los biólogos en particular forman parte de los debates políticos, sociales y morales sobre nuestras culturas y economías" (Fausto-Sterling, 2006: 20). Las verdades sobre la sexualidad humana que se han creado, como insiste la autora, han cambiado junto con nuestros puntos de vista sociales y, por lo tanto, sería mejor no seguir manejándose con verdades fundamentales. Sin embargo, la normalidad sigue estando repartida en dos categorías: “macho y hembra”, y el conocimiento promovido por las disciplinas médicas perpetúa esta mirada limitada.

Ahora bien, la idea de continuo, que quise explicar más arriba, es una idea heredada del científico Alfred C. Kinsey y colaboradores, quienes a mediados del siglo pasado dijeron que “la realidad incluye individuos de cada tipo intermedio, dentro de un continuo entre los dos extremos y entre todas y cada una de las categorías de la escala” (Fausto-Sterling,2006: 24). A esta escala se la bautizó con el nombre de Kinsey y se volvió la más famosa escala de categorización de la homosexualidad, que aún está en uso. Busca organizar los niveles de experiencia de la homosexualidad. Kinsey se dio cuenta de que no hay nadie enteramente mujer, nadie enteramente hombre, nadie enteramente homosexual, etc. La idea de buscar categorías intermedias fue brillante, pero para Fausto-Sterling cualquier escala corresponde a un tiempo y un espacio y, por ende, no puede ser universalizada. Lo mismo dirá de escalas más sofisticadas que contemplen los cambios en las elecciones sexuales a través del tiempo, como la escala que hizo Fritz Klein, haciendo énfasis en que no necesariamente una persona debe llevar la misma orientación sexual a lo largo de la vida y que nada es innato en cuanto a los cuerpos.  Por otro lado, David Halperin, uno de los psicólogos construccionistas más interesantes para nuestra autora, iría más lejos y diría que no hay ninguna garantía de que el clon moderno de un heterosexual de la Grecia clásica fuera también heterosexual en nuestro tiempo. Las similitudes superficiales no pueden determinar la conducta de ningún cuerpo, pues siempre se está interactuando y la historia individual va tomando rumbos imposibles de demarcar. Adicionalmente habría que pensar que un cuerpo de hombre afeminado que en algún momento fue la pauta de la masculinidad, puede hoy en día ser la pauta de la homosexualidad y así se pueden sacar ejemplos ad. infinitum, que muestran lo absurdo que resulta reducir la sexualidad humana a unas cuantas categorías. Dice nuestra autora: “El cuerpo idéntico podría expresar distintos deseos en diferentes épocas” (Fausto-Sterling, 2006: 31).

Hasta aquí he abarcado varios de los puntos más importantes, me falta hablar sobre los debates antropológicos y las propuestas de Ortner y Oyeronke Oyewumi, a su vez me falta hablar de cómo Butler, Wilson, Haraway y Grosz le resultan muy útiles a Fausto-Sterling para llegar a su marco analítico, es decir la teoría de sistemas ontogénicos, el cual describe así:

La teoría de sistemas ontogénicos niega que haya dos tipos fundamentales de procesos: uno guiado por los genes, las hormonas y las células cerebrales (esto es, la naturaleza) y otro por el medio ambiente, la experiencia, el aprendizaje o fuerzas sociales (esto es, la crianza). Una pionera de esta teoría, la filósofa Susan Oyama, asegura que “ofrece más claridad, más coherencia, más consistencia y otras maneras de interpretar los datos; además proporciona los medios para sintetizar los conceptos y métodos … de grupos cuya incomprensión mutua les ha impedido trabajar juntos, o siquiera comunicarse, durante décadas”. Sin embargo la teoría de sistemas ontogénicos no es un filtro mágico. Muchos la desestimarán porque, como explica Oyama, “proporciona menos … orientación sobre la verdad fundamental” y “menos conclusiones sobre lo que es inherentemente deseable, saludable, natural o inevitable (Fausto-Sterling, 2006: 42).

Exploración a la idea de "cuerpos sexuados"